Las dos primeras décadas del nuevo siglo han visto el desarrollo de muchas y variadas tecnologías que hasta hace poco eran consideradas como pura ciencia ficción: si bien todavía no hay nada parecido a la fusión nuclear o a los ascensores orbitales, ya usamos en nuestro día a día el acceso a internet o la geolocalización con total normalidad así como cada vez disponemos de más medios para la obtención de datos y capacidad para computarlos. Mucha de esta tecnología ha encontrado su aplicación en la arqueología, habiéndose generalizado durante los últimos años no sólo utilidades básicas estilo bases de datos informatizadas, software estadístico, manejo de GPS, modelado 3D, etc., sino también análisis más especializados como interpretación de datos de vuelos LIDAR que permiten identificar y analizar yacimientos de forma masiva, prospecciones geofísicas del subsuelo que permiten conocer la ubicación y disposición de construcciones en un yacimiento antes de su excavación, o el abaratamiento de equipos y análisis que hacen ahora algo menos prohibitivo la datación de muestras mediante radiocarbono, conocer la composición química de materiales mediante fluorescencia de rayos X o averiguar la dieta de las personas mediante estudios de isótopos sobre sus restos óseos. Sin embargo, entre todas éstas la que se ha revelado no obstante como reina de quintas de las nuevas técnicas ha sido la de análisis de ADN antiguo o arqueogenética.
Las técnicas de secuenciación de ADN antiguo procedente de muestras prehistóricas son una magnífica fuente de información antes ni soñada, que en combinación con otros también novedosos análisis como los de la relación isotópica de elementos como estroncio u oxígeno de esos mismos huesos humanos, pueden informarnos de muchos aspectos sobre la biografía de esa persona en cuestión. Ya no sólo podemos saber “de qué época es” esa persona, que ya nos ofrecía de antes el radiocarbono, sino indagar sobre sus relaciones de parentesco, su dieta –más cárnica o más vegetal, más terrestre o más marina– o la movilidad que desarrolló a lo largo de su vida –al menos averiguar si el lugar en el que se formó su dentina, en la infancia, es distinto del lugar de su fallecimiento. Gracias al ADN antiguo podemos llegar a saber si en una tumba colectiva se enterraban sólo familiares o si había foráneos, o si los foráneos eran hombres o eran mujeres, o qué relación tenían todos ellos con los de la tumba colectiva del valle contiguo. Sin embargo, el tema estrella de la reina de las nuevas técnicas de análisis ha sido su capacidad de ofrecer información con la que volver a la vieja cuestión de los grandes movimientos de población. No se habla de revolución de la teledetección, revolución de la arqueometría o revolución de la arqueoestadística pero sí de revolución de la arqueogenética ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial la secuenciación de ADN antiguo?
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